miércoles, 3 de diciembre de 2008

Monumento a la Memoria y la Verdad.


Yo visite ese monumento en el 2006 como parte de los lugares a visitar en la jornada hacia la búsqueda de mi propia memoria.
Me monte en un microbus de la ruta 46 y me baje cerca del Parque Cuscatlan, entre por donde hay una cancha de basket y encontré a unos "cipotones" jugando futbol. Camine parque adentro y solo miraba a unas cuantas parejitas de tortolitos jurándose su amor eterno, pero nada de Monumento o algo monumental que me diera un indicio que estaba en el lugar correcto.

Le pregunte a un trabajador que estaba afilando una cuma si sabia donde estaba la pared de la Memoria y la Verdad, se me quedo viendo como si le hubiese preguntado por la luna a plenas 12 del día, encogió los hombros y no dijo nada. Decidí regresar a ver el mascon de futbolito a lo mejor ahí alguien podría saber… nadie sabia nada. Me dieron ganas de jugar y como andaba con tiempo…la cipotada me permitió jugar dos masconcitos. Me fui a descansar debajo de un palo en una grama que ya le faltaba poco para ser zacatal. Me puse a pensar en el dichoso monumento tarareando la canción del unicornio azul y en mi mujer, con la que recién había conversado en un cibercafé.

Me despertó del trance un “shits, shits.” Era el maestro de la cuma que me indicaba que le tenia que dar una chapoda ahí donde yo estaba acostado, pero de paso me dijo que si estaba buscando una pared negra con un motón de nombres estaba allaaa al final del parque.

En efecto, ahí estaba el monumento, al final del parque bien al final. Estaba desierto, unas cuantas bolsas ajadas de churritos diana y una que otra hoja seca se paseaban por el piso a merced la dirección caprichosa del viento como fieles visitantes de la soledad. No estaban los nombres que buscaba. Pero encontré otros de grato recuerdo.

Pienso que una de las cosas que mas rápido te hace perder la identidad es la negación de de tu propia historia y la historia del entorno en que vives.

En ese sentido seria bueno incluir en el programa de estudios esta herida, dolorosa todavía para unos, de nuestra historia. No como un altoparlante de la propaganda retrograda del gobierno de turno, si no como un rescate de la expresión de los que murieron en el silencio de la clandestinidad, de los que murieron por caminar las avenidas de la denuncia.

Ojala que este monumento sea rescatado del olvido y que sirva como un testamento de los que trataron de que el BIEN COMÚN SE CONVIRTIERA EN ESPERANZA Y DEJARA DE SER UNA QUIMERA.

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