domingo, 26 de diciembre de 2010

6:03




A las 6:03 am sonó el despertador. El zumbido de los numeritos verdes vago por el cuarto como abejas enloquecidas por el atizar de las manos invisibles del tiempo. La alarma del reloj me rescato de ser el titular de una trágica noticia. Momentos antes soñaba que la mujer del velo negro me recorría las venas del corazón con sus uñas de hielo, congelando todo movimiento. Vi como la palidez de sus labios cerraba mis ojos y en los siguientes 2 segundos mi alma fue expulsada del reino de los temores.

Ahí en lo que imagino debe ser el crepúsculo de la existencia, en tono de broma le planteaba a Dios la posibilidad que me dejase alcanzar al menos el medio paquete. Porque aunque siempre he dicho que la muerte es un suceso eminentemente democrático, desde que un día le declare mi amor y no morí, esta me ha parecido sospechosa, por eso la ando de lejitos, nada de agarrarle la mano y darle besitos en la mejilla como antes, no, hoy he tomado la actitud de un amante despechado y con un poquito de dignidad… le he volteado la espalda.

Terminando de decir “medio paquete” estaba cuando vi que 3 ojitos verdes parpadeaban en la penumbra y se montaban en las ondas de un zumbido que los acercaba a mí, haciéndolos más descriptibles. No eran ojos, eran 6:03 hora de levantarse a trabajar en un domingo, que para variar, era mi único día de descanso.